A nuestra llegada al hotel, como regalo de bienvenida nos alojaron en una habitación propia de los esclavos de Virginia del S.XVIII. Un lugar anexo al hotel, de planta baja, numerado desde el 800. Para acceder al habitáculo antes tuvimos que pasar por lo que parecía la puerta de la cocina y una vez en el interior nos recibió una bocanada calurosa de aire infernal acumulado que impregnó cada uno de nuestros poros. La habitación correcta, de techo bajo y limpia, pero casi sin luz, un ventanuco dejaba entrar algún rayo, pero debido a la ubicación y a unos motores cercanos, era inviable dejarla abierta salvo que quisieras parecer un pollo asado al chilindrón.
Tras mucho insistir al día siguiente nos cambiaron de habitación. En concreto a una situada en la segunda planta.
Para nada se corresponde a una habitación propia de 4 estrellas. Pocos muebles, decrépitos, con fracturas de madera en varios de ellos y un suelo de baldosas que ya en la época de mi tatarabuela ya estaba pasado de moda, feo y viejo acorde al mobiliario.
Ni un sólo enchufe en las mesillas o cabecero. Se pensarán que los teléfonos móviles, cámaras y demás aparatos electrónicos se cargan con luz solar o bien se retro alimentan de la suciedad de la habitación. Tema que más nos rechinó y del que hablamos a continuación.
Siendo sincero y visto el lugar en el que nos alojaron el primer día, no nos esperábamos que esta nueva habitación nos diera la bienvenida con bombones encima de la cama. Y así fue en parte. Los bomb